Posiblemente, uno de los mejores regalos que los romanos dejaron en España. La función que tuvo en sus orígenes era desplazar el agua desde el manantial de la Fuenfría, situado en la sierra de Guadarrama cercana a 17 kilómetros de la ciudad, en un paraje denominado La Acebeda hasta la ciudad.
No se ha establecido un origen cierto, aunque se indica entre mediados del siglo I y principios del siglo II en la época de los Flavios, Vespasiano, Nerva o Trajano.
El acueducto está formado por 167 arcos de piedra granítica del Guadarrama, el cual ha sufrido pocas modificaciones, salvo en 1072 donde 36 de dichos arcos sufrieron desperfectos por el ataque del musulmán Al-Mamún de Toledo. La restauración la realizó en el siglo XV por Fray Juan de Escobedo, monje del Parral. Lo más significativo es que la estructura está formada sin usar argamasa. El núcleo del acueducto lo componen 44 grandes arcos, sobre los que se apoyan 119 arcos más pequeños.
Sobre los tres arcos de mayor altura había en la época romana una cartela con letras de bronce donde constaba la fecha y el constructor. También en lo alto pueden verse dos nichos, uno a cada lado del acueducto. Se sabe que en uno de ellos estuvo la imagen de Hércules Egipcio, que según la leyenda fue el fundador de la ciudad. Ahora pueden verse en esos dos nichos la imagen de la Virgen de la Fuencisla (patrona de la ciudad) y San Sebastián.
Como motivo de la erosión del granito, contaminación medioambiental y las vibraciones producidas por el tráfico, se ha tenido que realizar un proceso de restauración que ha durado casi ocho años, bajo la dirección del arquitecto Francisco Jurado, al tiempo que se ha desviado el tráfico rodado de las inmediaciones del monumento (la plaza del Azoguejo se ha transformado en zona peatonal). En 1992 los coches dejaron de pasar por debajo de los arcos del acueducto.
Cuenta una vieja leyenda que circula por Segovia, que el Acueducto fue obra del diablo. Según esta leyenda, hubo una vez una moza que servía en la casa de un adinerado hombre de la ciudad. Cada día, la joven tenía que traer hasta la casa el agua fresca del río. Tanto era el trabajo de bajar y subir cántaros de agua que un día de desesperación invocó al diablo, ofreciéndole su alma con tal de no tener que ejercer nunca más aquella ingrata tarea.
El diablo escuchó las súplicas de la chica y se acercó a ella para cerrar el trato, de manera que acordaron que el diablo haría algo para que la joven no tuviera que acarrear tanta agua. Pero tendría que hacerlo antes de que saliera el sol. Sólo así podría apoderarse del alma de la joven. Según la leyenda, el diablo estuvo trabajando toda la noche sin tregua, construyendo un enorme puente con el que traería el agua desde la parte alta de la ciudad. Pero cuando sólo faltaba una piedra por colocar, despuntó el primer rayo del amanecer y la chica pudo así salvar su alma.
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